Tila y hiedra
Aquel antro fue en su día una granja de chocolate y
churros.
De puto chocolate y churros.
Pero ahora es un local donde se trapichea droga y se bebe hasta las tantas.
Se lo quedaron los chinos,
que son los únicos currantes con pasta en este maldito pueblo,
con los cojones tan grandes de quedarse cualquier tipo de negocio.
Y ahora, esta granja, es un bar tapadera donde se bebe hasta las tantas.
Bajamos a tomar algo,
mis colegas refrescos y yo una tila con saborcillo amargo de cafetera sucia.
La quinta aquel día.
Pedía refugio en aquel antro
porque el olor del hospital coloca más que el humo de un porro cuando alguien
lo fuma cerca,
y yo,
me moría de ganas de pegar unas caladas a un tristísimo cigarro,
mi mayor secreto,
oculto de mi familia.
Parecía que me había secado,
que ya no quedaban lágrimas,
y estaba hasta el coño de balancear la mano moribunda de mi padre,
que no supe qué tacto tenía,
hasta que la morfina lo dejó inconsciente.
A veces uno necesita 20 años para mostrar el primer acto de amor.