Pasti blanca
Voy dopada. Dopadísima de ansiolíticos.
A cada hora, pasti blanca debajo de la lengua.
Con el café de la mañana. El de la tarde. La copa de la noche.
Porque dueles tanto, pedazo de hijo de la gran puta,
que he optado por dar rienda suelta a la inercia del cuerpo.
Dejarse llevar. Deambular. No pensar.
Que, de amar la oscuridad, busco la tuya. Pero es tal,
que no veo nada.
No hay nada. La nada.
Saber el borde del abismo a mi izquierda. Y yo,
sin ver nada.
No querer querer: pasti blanca.
No querer sentir: pasti blanca.
No querer temer: pasti blanca.
Y al límite: el terror.
Que tu esencia hipocondríaca me tiene hasta el coño.
Tu indiferencia, me tiene hasta el coño.
Tu intelecto, me tiene hasta el coño.
Tu ansia, me tiene hasta el coño.
Tu amor, me tiene hasta el coño.
¿Qué quieres de mí? ¿Qué coño quieres de mí?
Mis pies andan solos. Mis ojos miran sin ver. Me tiembla
la mano derecha.
Y me gustas tanto.
Me duele el hígado. Miércoles.
Y me gustas tanto.
Me duele la piel. Jueves.
Y me gustas tanto.
Me duele el recuerdo. Viernes.
Y me gustas tanto.
Me duele el deseo. Domingo.
Y me gustas tanto.
Me duele el fin de semana. Pasti blanca. Y me gustas tanto.