Siendo musa

16.10.2017

Como un cuadro de Velázquez escondo mi ser y alegría tratando la inexpresión de un rostro al que no apetece reír. Mas cuando rebusco la niñez, el vino y la perversión me atrapa el descuido y a un lado quedan mis amados y horribles roedores que habitan en el interior de mi sien.

La fría perfección formal de las líneas que Velázquez trazaba comportaban la inexistencia total de una alma libre. Jamás el mundo podrá comprender su angustia de idealización por unas gamas carentes de libre albedrío sensorial. Estoy empezado a ser la musa de Velázquez, y por eso vuelvo a ser la mujer triste que debe mantener la compostura para no perder detalle en el trazo.

La razón de la tristeza rae en la incomprensión del amor a la simetría junto la devoción por el abstracto densificando la melancolía del movimiento romántico. Así, un alma partida pretende coser sus retales con hilo tejido por siniestras arañas que descomponen la perfección del sano intelecto. Jodido. Y más jodido aún, entender la propia vida basada en un juicio impuesto al que jamás podré aceptar.

Quizá por tanto hubiera preferido posar ante Goya. Desabrochar mi blusa y permitir el coito mental de la desmesurada reflexión cromática de los sentidos racionales. Usar la oscuridad a pinceladas libres, para mancharla en tonos ocres formando miradas punzantes del sinsentido de la humanidad. A la mierda el mundo, mientras se vaya perdiendo el deseo de abrazar un cuerpo, palpar un cuerpo, como si la fusión de ambos no dependiera de fórmulas químicas; mientras el cerebro obstruya la eyaculación del arte y la reflexión; mientras los ojos eviten el contacto de sus semejantes; mientras un ser humano pueda destruir, no a versos, a otro ser humano. Ya puede descansar en paz, Velázquez.

© 2017 Andrea Ambatlle. Todos los derechos reservados.
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